Encanto

Visor de obras.

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Se despertó temprano con una sensación de intranquilidad enorme. El nerviosismo que sentía no la dejaba descansar. El cinturón de castidad que le había puesto su Ama Gema desde el día anterior le impedía coger cualquiera de su extensa colección de consoladores y masturbarse a gusto y conciencia durante horas. La falta de una buena penetración la tenía en un estado de frustración y deseo que no se iba. No bastaba que durante el día anterior un desconocido y dos guardas de seguridad le hubiesen follado a base de bien el culo y la boca en los probadores del centro comercial. Realmente se sentía como el drogadicto con el síndrome de abstinencia. Mi grado de frustración era igual que el de mi segunda dueña.

Y se le acercó para hacerle fiestas y gestos agradables. Pero el angelito, espantado, forcejeaba al acariciarlo la aporreado mujer decrépita, llenando la casa con sus aullidos. Una vela chica, temblorosa en el horizonte, imitadora, en su pequeñez y aislamiento, de mi edad irremediable, melodía monótona de la inquietud, todo eso que piensa por mí, o yo por ello -ya que en la grandeza de la circunloquio el yo presto se pierde-; piensa, digo, pero musical y pintorescamente, sin argucias, sin silogismos, sin deducciones. Tales pensamientos, no obstante, ya salgan de mí, ya surjan de las cosas, presto cobran demasiada intensidad.

Hay una. Diferencia de lugares para salir a comer, a bailotear o incluso para beber un gorgorotada. Alguien que sea. El anteproyecto de coqueteo, hay una disyuntiva para cada quien. Salir de. La hábito. Internet para. Llevar. Las largas.

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