
Desde allí, desde su porche, podía ver en toda su amplitud la ciudad, que a lo lejos, se agazapaba bajo la muy densa capa de humo, con el infinito horizonte del mar al fondo y con lejana aparición de las tapias del Cementerio. En él hallaba la paz que necesitaba, pero era cuando caía la noche, cuando se hallaba en los mejores momentos de su vida. La sola presencia de un ser vivo, aunque sólo un animal irracional, le inquietaba. Durante el día no conseguía la tranquilidad plena que tanto necesitaba, se encerraba en sus cuatro paredes, deseando que llegasen las sombras de la noche, para que, cuando se asomasen por la puerta, hiciera el tiempo que hiciese, perderse caminando en la oscuridad y vagar como una sombra andante. Todas sus comidas las pedía por encargo, tratando por todos los medios de no ver a nadie ni relacionarse con nadie. Lo descubrió en el entierro de los restos de un antiguo compañero de trabajo. Aquella mañana llovía torrencialmente, y aun así, como era costumbre en él, se fue andando bajo su amplio paraguas hasta el Camposanto. Llegó allí temprano, era invierno y tardaba el alba.
Yo aseguro que nunca incité a esa persona a hacerlo a pelo. Y debe saberse y reconocerse que los americanos, extraños hasta decir basta ya camuflados bajo una capa gruesa de modernidad y aparente normalidad, son tan conservadores en sus vidas como a la vez son la primera fábrica mundial de cine porno. Me refiero al genocidio armenio del que no paraba de hablar por su pasado familiar armenio. Juro que comprendí la masacre, e incluso la apoyé —a ella, no a la matanza-, aun que pasada la tarde llegué a plantearme el nacionalizarme turco. No soporto a los que se embadurnan en sus dramas para pedir audiencia general. A las escasas semanas, y tras numerosos intentos chistosos de suicidio, acepté que aquella mujer que se acababa de divorciar, sin ser una mala persona, era una actriz egoísta que tenía la suerte de conocer a gente que en vez de mandarla a tomar por saco le ponía tiritas en unas muñecas marcadísimas por cortes de todo tipo, aunque jamás certeros. Yo, que he leído a Yukio Mishima, siempre me preguntaba el porqué de que no se hubiera matado ya.
Abraham y hermano de Pedro Gómez Lutirriaga, nació medio cherokee en la sabana americana, en un lugar desconocido para todo aquel de raza blanca. Durante parte de esa época vivió en el Bronx y en Oseania, lugares que infundieron una gran influencia en su posterior obra. Queda totalmente prohibida la ausencia de drogas durante su lectura. Es un libro nunca debió haber sido.